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Resonancias

Transversal Sonora

2020

Revista electrónica

LIBERACIÓN DEL SONIDO 2.0 – COMPOSICIÓN FRAGMENTARIA Luis Fernando Medina

0 - 00 – A – PAISAJES SONOROS INESPERADOS

 

Dicen que el periodo de confinamiento general ocurrido en el primer semestre del 2020 fue quizá el más silencioso de la historia desde que se registran los movimientos sismológicos. Y aunque la traducción directa entre dato y sonido, entre una superficie de la tierra como micrófono piezoeléctrico de proporciones geodésicas y los repertorios a los que están acostumbrados nuestros oídos puede acarrear errores, nadie podrá negar la notoria afectación del paisaje sonoro circundante, por lo menos en la ciudad. La mutación del azar cotidiano no devino en silencio, pero sí en un zumbido homogéneo de zozobra y expectativa que refutaba los más vigorosos sueños futuristas del ruido maquinal como confirmación de la voluntad humana y materia de composición heterodoxa. El tráfico de motores fue condenado al sueño, los sitios de varios rituales modernos enmudecieron y el solo hecho de la deriva fue proscrito. Así, el cielo como esa gran sala de conciertos de una composición sonora e infinita ejecutada bajo las reglas del capital dio paso, a los que podían ejercer el dudoso beneficio, al intercambio caótico de cajas de resonancia aisladas interconectadas por red y también regidas por las reglas del capital, pero esta vez, distribuido y magnificado por los datos. El peso de la arquitectura doméstica fue más notorio y las voces desenmascaradas solo eran permitidas entre sus límites. Las ventanas practicadas en el concreto operaban como pequeño amplificador de viento y ondas sonoras, trayendo noticias del exterior vetado. No en vano, la convocatoria más socorrida era la de “graba desde tu ventana”, como resignada alternativa. Mas, el paisaje sonoro urbano volvió, no con toda su contundencia y con algunas hibridaciones pero en una retorcida permutación de los estertores de antaño. Ya resuena la bocina del vendedor de artículos para celulares, donde la referencia misógina a cierta actriz nos promociona un teléfono viejo pero confiable. El menú de preferencias musicales se puebla con los músicos callejeros en periplo diario por los barrios, cuya llegada al inicio fue celebrada con fotos redesocialeras que ignoraban la necesidad que aún persiste. Y la más triste: secuencia de voceadores de la miseria, pidiendo víveres ante la emergencia. Y de nuevo: todos varias veces en capas superpuestas compitiendo con una pantalla expectante que demanda sonidos codificados en voz y arroja, en el mejor de los casos, rostros indiferentes. El resultado: que la nueva composición más popular sea el sonido de ventiladores trepidantes, notificaciones constantes y voces entrecortadas.

1 - 01 – B – LA RETÍCULA ACUSMÁTICA

 

Como en un fractal cansado, dentro de las cajas de resonancia de los condominios, nos vimos atrapados en otras cajas,  algorítmicas esta vez, más pequeñas y de arquitectura falsamente inmaterial,  donde imágenes y sonidos todos son resumidos en el comercio de esas cargas electrónicas que llamamos datos. Cuerpos de movimientos leves, no navegando libres por una sonósfera urbana y caótica sino fijos, con respiros imperceptibles contemplando sin opción una webcam y una pantalla que a su vez contiene pequeñas pantallitas, en una arreglo bidimensional de letras y rostros pixelados que usualmente se funden a negro. En un giro inesperado, el ancho de banda saturado por las videoconferencias privilegia el sonido sobre la imágenes, dejándonos inermes frente a una retícula acusmática.  Se dice que el término “acusmático”, que muchas veces se usa en “música acusmática” desde que lo acuñó así Pierre Schaffer, proviene del griego “akousmatikoi” y aparentemente hacía referencia a las clases que en la antigüedad sostenía Pitágoras de Samos. En estas sesiones, cuenta la historia,  el célebre filósofo y matemático se sentaba tras un velo a dictar sus enseñanzas, con los estudiantes en absoluto silencio escuchándolo al otro lado de dicho velo. El propósito, que los comensales no se distrajeran con la imagen del maestro y pudiesen concentrarse solo en su voz como vector del conocimiento. Ahora, la coyuntura sanitaria y sus aún insospechados efectos en las interacciones sociales nos ha lanzado sin aviso a una especie de “videoconferencia acusmática”. Embriagados de determinismo tecno-fetichista, dábamos por sentado que solamente sería cuestión de activar nuestros micrófonos y cámaras, y tendríamos una simulación imperfecta del salón de clase, de la oficina, del consultorio, o de la sala de estar o de concierto,  pero con algo de fidelidad audiovisual al contener unos bustos parlantes aún capaces de expresiones faciales visibles. Mas, la materialidad de las famosas nubes omnipotentes nos reveló su precariedad, obligándonos muchas veces a apagar nuestras cámaras web para poder escuchar con más fidelidad las voces. La violencia de lo inesperado ungió a las ondas sonoras de mayor significado. Así, algunos encuentros se transformaron en una especie de  videoconferencia acusmática, donde las cámaras web apagadas generan una pantalla negra desprovista de gestos a manera de velo, con un interlocutor hablando a una audiencia invisible compuesta comensales, a veces  pasivos, que solo reciben como estímulo una voz. Tal como en la Grecia antigua pero con las múltiples distracciones del Internet. En mi caso personal de profesor y en una clase virtual, reflexionaba al respecto y mencionaba una referencia, que no creo haya sido captada, porque a pesar de no ver las caras de desconcierto, sentía que era muy abstrusa. Por un momento les dije a los estudiantes de la clase acusmática: “para darle más humanidad a la clase, prenderé la cámara por unos minutos para que me vean. Así, revelo mi rostro interior para ustedes”. La última parte era una paráfrasis de una escena que me atormentó por algunos años desde que la vi cuando niño. Se trata de la escena de “debajo del planeta de los simios” (1970), la segunda película de la saga original de “El Planeta de los Simios” y que contaba con el "cameo" del protagonista de la primera película, el "jipi" tardio convertido en vejete reaccionario, facho y defensor de las armas, Charlton Heston; actor por demás, muy popular en las semanas santas. La escena mostraba una humanidad pos-apocalíptica compuesta de personas deformes que escondían sus rostros tras mascaras “normales” y  que “revelaban su yo interior”, al retirar dicha máscara  en una ceremonia religiosa donde rezaban a una bomba atómica acompañados por un coro y un órgano desafinado. Y es que, a pesar de lo tétrico de la escena referida, en eso nos hemos convertido muchas personas: en unos mutantes acusmáticos desprovistos de cuerpo y sintetizados en una voz lejana pero aleccionadora. Entonces, sostenemos ritos en una red de datos donde antes de prender la cámara, tenemos que solemnemente anunciarlo para revelar nuestro rostro, y probablemente también revelar nuestro entorno íntimo, el de esa caja de resonancia ya referida llena de interpretes de sonidos varios, que no usan máscara pero si piyama.

2 - 10 – C -  ERRRRRROR DE TRANSMISSSSION

 

La digitalización progresiva de la sonósfera, ha cambiado al aire por redes de datos como medio principal de transmisión del sonido. Inalámbricas, por cable, en infinidad de dispositivos oscuros y muchas veces ajenas a nuestra comprensión, las redes y los avatares de las conferencias virtuales relegan a los transductores acústicos al rol subordinado de ser pequeños cascos alrededor de nuestros oídos, mientras el teatro sonoro principal es un zumbido en algún centro de datos remoto de alguna compañía multinacional de imagen meliflua, impuestos descontados por políticos cómplices y culturas empresariales castrenses. Pero, como ya se sospechará, el tele-trabajo podría ser considerado como una instancia, bastante aburrida, del performance telemático. Festivales, artistas sonoros, músicos, gestores, todos y todas nos volcamos hacía esa inobjetable y única ventana de exhibición sonora, triste sucedáneo a la por ahora no posible vibración directa de los cuerpos. Si antes la posibilidad telemática del concierto con participantes ubicados a lo largo del globo suscitaba febriles vaticinios desde los fluxus y su satélite contemporáneo o felices constataciones por ciberpunks primigenios en el Internet temprano, ahora la imposición era la única salida incluso para vecinos en una misma ciudad. El soporte digital, a pesar de sus profetas y mercachifles, traía su propia carga de artefactos sonoros y una nueva materialidad: la latencia que burla metrónomos comunes, el “glitch” inesperado y a veces celebrado, la ya mencionada ausencia de imágenes y volúmenes corpóreos e incluso, el frecuente silencio de quien habla frente a un micrófono de ícono apagado. Pero, más allá de plantear una falsa dicotomía entre lo físico y lo virtual, hemos experimentado los beneficios y limitaciones del último y sabemos que no es una panacea, pero que el encuentro telemático debe ser otra capa que complemente la experiencia sonora. A pesar de esta certeza y de la esperanza de mejores tiempos, el ruido en la transmisión persiste. Pero no se trata de los retrasos y errores propios de la red, que podrían considerarse deseables para un paisaje telemático-sonoro-digital expandido. Se trata de las plataformas a las que nos vemos abocados para la reunión y el performance sonoro en línea, no son libres. ¿Son nuestros sonidos y voces el alimento de entrada de algoritmos de inteligencia artificial cuyo propósito desconocemos? ¿Son los datos de los eventos procesados por algún algoritmo secreto empeñado en fortalecer tendencias  a costa de la diversidad?  Son especulaciones salvajes, pero no por ello improbables en el mundo donde el sonido y el dato se han fundido

3 – 11- D – LIBERACIÓN DEL CÓDIGO-SONIDO

 

La urgencia ahora es re-editar ese sueño de vanguardia de la liberación del sonido en una nueva liberación del código-sonido, donde herramientas, plataformas y la misma materia de creación sonora estén disponibles y sean manipulables con libertad. Por ahora, esto implica algunas acciones como la construcción colectiva de plataformas para sesiones telemáticas que no dependan de intereses comerciales, el fomento de herramientas de producción sonora basadas en la ética del software libre, la diversificación y programación de complementos (“plugins”) para escapar la dictadura de lo predecible y sobre todo, el estímulo del existente espíritu colaborativo alrededor de las prácticas sonoras en las comunidades y colectivos emergentes en América Latina. Aquí, entonces, el código-sonido no solo se refiere a la codificación digital de las ondas sonoras o al substrato de software que permite muchas de las expresiones sonoras contemporáneas, con exploraciones tan llamativas como el “live coding”, sino a un código informático, ético y afectivo envolvente y participativo. Si las vanguardias trajeron la liberación del sonido de esos códigos rigurosos representados en distintas notaciones, esta nueva liberación del código-sonido debe abrazar la inestabilidad de lo digital, la cual es, sorpresivamente, más similar a la inestabilidad de las culturas orales pre-alfabéticas, cuando el mundo era una colección caótica de ruidos indomables sin catalogar y el tejido social espacio-temporal era mantenido por la articulación no simbólica. Ahora, solo la descolonización total de los códigos y su hibridación en ser más instrumentos, podrá llevarnos a soñar un futuro, no de repetición de añoranzas pasadas, pero si de construcción colectiva de nuevas cajas de resonancia interconectadas, pero a la vez abiertas; donde podamos visitarnos telemáticamente o presencialmente para crear los sonidos que no conocemos pero que adivinamos a pesare de la penumbra.

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